Icono ortodoxo de la Madre de Dios simbolizada como la zarza que arde pero no se consume. Una bella forma de representar el goce equilibrado por el deseo y anudado a lo simbólico. A través de María el Verbo se hace carne, el cuerpo es la letra.
En el agujero de lo Real se ponen de manifiesto el problema de la muerte y el sexo, estos son los conflictos más incomprensibles, problemáticos y oscuros del ser humano, que son a la vez los principales impulsores de las preguntas que dan sentido a la vida. Es de ese agujero de lo indecible de donde brota lo inefable, es decir esa cualidad por la cual hay tanto para ser dicho que no llegan todas las palabras. Tanto la muerte como el sexo nos conducen hacia un vacío en el que todo saber previo se desvanece y nos obliga a comenzar de nuevo desde el no saber. Hay dos grandes pasiones en el ser humano que le impiden avanzar en el camino, una es la pasión por la ignorancia y otra la pasión por el poder, las dos sirven para protegerse de ese vacío. La religión se ha ocupado mayoritariamente del problema de la muerte, de una de esas dos caras oscuras de lo Real y nos ha enseñado las virtudes del fallecimiento como un camino hacia la transformación y la metamorfosis o la resurrección del ser. Pero la religión no pudo negar la constatación del encuentro inevitable con lo sexual, ambas están unidas, y en ese encuentro la religión se perdió, se desbordó, porque quizás más conflictivo todavía que la muerte sea el problema de lo sexual. En lo sexual algo sigue desbordándose y no cabe más la postergación superficial del asunto, echar balones fuera no evita que regresen de vuelta contra uno mismo, el psicoanálisis es el único que ha confrontado la problemática de lo sexual para enseñarnos las virtudes de la impotencia: ella al menos respeta lo Real. El goce es la manera de conducirnos hacia ese agujero de lo Real en el que los conflictos de la muerte y el sexo se desbordan, a menudo resulta fácil hablar cuando el desborde lo observamos en otros, pero irremediablemente va a suceder también en cada uno, todas las palabras que con tanta facilidad empleamos para hablar del otro se vuelven de pronto inservibles para nuestro propio desborde. ¿Cómo es posible que parezca tan fácil cuando la tarea es del otro y tan imposible cuando la tarea es propia? Lo que está claro es que los imperativos superyoicos, el llamamiento al miedo y las pautas moralizantes no sirven en los casos en los que el goce es muy compulsivo, esos métodos conductistas pseudo-religiosos solo consiguen aumentar el imperativo del goce, cuanto más se le dice a un adicto que no debe consumir, más consumirá. Responsabilizarse del propio goce es una tarea compleja y profunda, ni las pseudo-terapias ni los protocolos de vigilancia sirven para nada, y no solo es que no sirvan, es que además agravan y empeoran la situación, pues los desbordes del goce vienen provocados justamente por un imperativo superoyoico muy excesivo, que no tiene mesura ni restricción, y por ello conviene rebajarlo. Para bajar el goce no es conveniente ir por el deber ni el llamamiento al miedo, pues las prácticas compulsivas son precisamente las más tomadas por el deber y "lo que hay que hacer". Ese imperativo del deber cae como una cascada sobre el sujeto sin mediación ninguna, sin separación, de manera que queda reducido a un objeto, tomado por una práctica sintomática que lo "objetaliza" cada vez más. Por otro lado, estas tendencias moralistas propias de la ideología de género tampoco se diferencian mucho de los métodos que intentó usar la Iglesia católica para hacer frente al desborde de lo sexual. Ni confesor espiritual ni cursillos de nuevas masculinidades, todas esas baboserías moralistas del discurso de género que invaden hoy los medios no dejan de ser los mismos métodos que usó la Iglesia católica para hacer frente al encuentro con lo Real. Los linchamientos públicos a los que nos tienen acostumbrados los medios masivos de comunicación solo persiguen objetivos estratégicos de poder, nada más que eso.
Cuando Freud constató la particularidad humana de ir más allá del principio del placer empezó a identificar los problemas del goce, pues el goce es un problema que no tiene solución, y lo único que podemos hacer con él es transformarlo. Lacan trabajó el término del goce derivado del concepto freudiano de aquello que está más allá del principio del placer. Freud había observado en los bebés que una vez que terminaban de satisfacer sus necesidades básicas de alimentación, continuaban chupeteando (el dedo o cualquier otra cosa) única y exclusivamente por placer, es decir, observó el chupeteo como una práctica auto-erótica, estrictamente sexual, comandada por la pulsión oral, sin ninguna función biológica. Básicamente lo que Jesucristo expresó con aquello de "no sólo de pan vive el hombre". Los animales no cruzan esa barrera de la pulsión más allá de la función de satisfacción de necesidades biológicas, sin embargo en el ser humano la barrera puede ir más allá todavía, porque ese primer placer aparente se convierte fácilmente en una compulsión, y de la barrera del placer se pasa con facilidad a la del displacer. rfre Freud identifica la pulsión como un lugar fronterizo entre lo psíquico y lo somático. No está del todo en el cuerpo ni tampoco en lo psíquico pero pertenece a ambos. Lacan continua esta indagación por conocer cual es el lugar propio de la pulsión, porque el cuerpo produce necesidades biológicas, pero la pulsión ¿de dónde viene? El exceso de satisfacción de la pulsión se topa con el goce, una experiencia intensa que se experimenta en el cuerpo. Por ejemplo alguien a quien le gusta morderse las uñas o quitarse los pellejos de los bordes de los dedos, ese aparente placer puede llegar a convertirse en dolor porque fácilmente uno se arranca las pieles hasta hacerse sangre, o se muerde tanto las uñas que se queda sin ellas. El goce se confunde con el placer, y Lacan establece también una diferencia entre el goce pulsional y el amor, terrenos engañosos que también se confunden y que él delimita y separa. Lacan define la pulsión como el resultado de la incidencia del lenguaje en el cuerpo biológico. Cuando la palabra toca nuestros cuerpos al nacer, en ese momento comienza la pulsión, que es una satisfacción que va más allá de la necesidad orgánica o biológica. Lacan entiende la pulsión como el montaje a través del cual la sexualidad participa en la vida psíquica y que puede satisfacerse sin alcanzar un fin reproductivo precisamente por su condición de parcialidad. Para Lacan la pulsión es sexual y es parcial. Afirma que ningún objeto de ninguna necesidad podría satisfacer la pulsión. Que la pulsión vaya más allá de esa satisfacción empuja al ser no hablante hacia el ser hablante. Así, la función del pecho como objeto con el que satisfacer la pulsión oral, sería una función no hablante. Para Lacan hay un corte entre el ser no hablante y el ser hablante. El lenguaje, lo simbólico incorporado en el cuerpo, produce en el mismo un vaciamiento de goce y por tanto una pérdida. El "objeto a" sería un representante de aquello a lo que tuvo que renunciar el ser humano para acceder al lenguaje. El núcleo o registro de la marca del agujero real de sexo y muerte Lacan lo denomina "objeto a".En la teoría lacaniana los objetos de la pulsión responden a cuatro estructuras básicas: la oralidad (el pecho), la analidad (las heces), lo escópico (la mirada) y lo invocante (la voz). Cada sujeto tiene una relación con sus objetos respectivos, con unas modalidades de goce pulsional preferentes y propias. Las zonas erógenas se reconocen por su estructura de agujero en una especie de borde (los labios, el esfínter anal, la oreja y los párpados), orificios que a su vez se encuentran vinculados con el inconsciente. Es en estas zonas en las que un objeto se pierde, en donde debemos renunciar a un objeto, y donde la pulsión parcial encuentra su fuente. En esos bordes, la intervención del Otro con sus primeros cuidados produce una erogeneización, introduciendo así al sujeto en la dialéctica de la satisfacción, del goce sexual, más allá de la mera satisfacción de la necesidad. En ese ir más allá, la vertiente excesiva de la pulsión toma el matiz que Lacan definió como goce, algo que se vuelve inconsciente porque en lugar de ser nosotros quienes gozamos, es el goce mismo el que nos toma a nosotros, de manera que la compulsión se hace inconsciente y no somos dueños de nosotros mismos. Lacan retoma el concepto de "la cosa" de Freud y la traduce como "la cosa materna", algo que no se puede abarcar, innombrable, imposible de decir, de ver, de entender y de creer. Para la cosa no hay representación, los significantes no alcanzan ese vacío o agujero central. Por tanto las representaciones se articulan en torno a un núcleo traumático que tiene que ver básicamente con el sexo y la muerte, el goce va a ese lugar, sale de ahí y vuelve ahí, en un recorrido circular, el camino hacia la muerte no es más que lo que llamamos goce. Lo que caracteriza el goce es el exceso de satisfacción, cosas que uno, aunque las conozca, no puede parar de hacerlas, aunque por supuesto hay goces más dañinos y más inofensivos que otros, cada cual debe aprender a lidiar con sus particulares excesos de satisfacción que conducen a la muerte.La palabra tiene la función de acotar el goce, el significante contornea ese agujero para que no se desboque, entonces por un lado está la idea de exceso y por otro la del límite, que viene a imponer la palabra, y a veces de la manera más simple, una sola letra puede cambiar la resignificación de una manera de gozar excesiva. Esa posición compulsiva, en la que se trata de mantener un pie en el más allá del principio del placer y otro en el placer, no puede sostenerse durante mucho tiempo, es contraria a la vida, es una posición que refresca lo traumático. Este concepto de goce es parecido al de la inercia libidinal o viscosidad de la libido de la que hablaba Freud, éxtasis libidinal, o estancamiento de la libido que impide su movilidad y retorna a una inercia mortífera, la repetición compulsiva. Lacan decía que la palabra acotaba lo real traumático y que las imágenes cubrían o tapaban ese agujero que preferimos no ver. Por tanto hay dos formas de relacionarnos con ese agujero, podemos hacerlo con la palabra (metonimia, metáfora, etc) o podemos hacerlo con la imagen, a través de comparaciones, ejemplos (“me siento como si”), aunque Lacan consideraba que la palabra es mucho más efectiva. Es curioso que también este conflicto entre imagen y palabra se haya dado en las diferentes tradiciones religiosas, con debates de siglos acerca de la prohibición del uso de las imágenes y la conveniencia o no de su uso, es evidente que ambas tratan de dar respuestas al enigma más conflictivo del ser humano.Según Lacan el goce se opone al deseo, el "objeto a" estaría bordeado por el significante, sería causa de deseo y a la vez objeto de goce. El trabajo nos obliga por tanto a descender al fango, a enfrentar lo que no queremos enfrentar, la angustia es una buena herramienta cuyo valor despreciamos con facilidad y tratamos de huir de ella mediante medicamentos que nos adormecen. La función de la angustia es mediar entre goce y deseo, es la señal más clara que nos da pistas acerca de qué camino tomar, si queremos ir por el camino del goce o por el camino del deseo. La angustia señala que debemos frenar y decidir, pues hacia los dos lados no se puede ir. La angustia es el miedo de nuestro propio cuerpo, porque no sabemos de lo que nuestro cuerpo es capaz, en cierta manera vivimos nuestro propio cuerpo como ajeno. Todos los goces confinan con el sufrimiento, conocer las palabras que se usan para describir el sufrimiento es detectar también que es lo que está sufriendo al sujeto, pues el sujeto no lo percibe como algo propio sino como una exterioridad. En el comer compulsivo la persona a menudo dice que es la comida la que la agarra a ella, pues si el goce no está anudado a la palabra el sujeto se enajena, pierde la noción de tiempo, no se acuerda de lo que hace, pone en la acción lo que no puede poner en el recuerdo, así es como Freud expresó que hay formas inconscientes de recordar. Una de ellas es la repetición de lo que no conseguimos rememorar conscientemente. No pudiendo evocarlo en la consciencia, debemos escenificarlo en la realidad. Muchos de nuestros actos no suceden sino porque no pueden ser pensamientos conscientes. La ausencia e insuficiencia de nuestra consciencia es lo que se manifiesta, entonces, en la presencia y la suficiencia de nuestra actividad. En otras palabras, actuamos por no poder pensar. El sujeto se ausenta, y en su lugar queda el objeto, la labor por tanto sería recuperar al sujeto, es decir, al ser. En lugar de que el sentido del sufrimiento lo goce a uno (dejar de preguntarse el por qué de los excesos), apropiarse del sentido sufriente que a cada uno le corresponde, y hacer algo con el, transformarlo en la medida en que se pueda transformar, y aceptar el que no.
El goce atraviesa la barrera del bien y se dirige hacia "la cosa", hacia lo Real. Al traspasar los límites del principio del placer el ser humano encuentra una satisfacción en el sufrimiento, por eso todo goce es masoquista, porque elude la posición de sujeto para acomodarse en la de objeto, objeto reducido a un mero cuerpo que tiene un valor de uso, un valor de cambio del que el capitalismo saca rédito, el lugar de objeto es un lugar temido y a la vez buscado, ser dueños de nuestros propios sufrimientos requiere de mucha valentía. En el carácter paradójico del goce se disfruta y se sufre a la par. Hay un sufrimiento comprometido en esa satisfacción, como esa manera de entregarse a hacer algo olvidándose hasta de las necesidades básicas, ese estado por el cual uno se encuentra "arrebatado". Satisfacción dolorosa que acontece en el cuerpo. El goce es siempre sexual, lo sexual es la mayor dificultad que tiene el ser hablante, incluso peor que la muerte, aunque muchas veces son equivalentes. No hay palabras para eso. Toda nuestra experiencia de lo sexual no sirve para nada cada vez que nos topamos con una persona nueva, con cada persona nueva es siempre la primera vez. Lo sexual no se puede abordar directamente, necesitamos si o si del lenguaje. La sublimación es metáfora del goce sexual, es el goce anudado y enraizado a la palabra. Para Lacan existen varios niveles de sublimación, en el que el anudamiento es un paso más allá, más completo y con el cual podemos llegar a establecer lazo social, no solo transformar el fin de la pulsión, sino también poder anudarlo con lo Real.
ReferenciasCurso introductorio sobre el concepto de goce en la obra de J. Lacan, por Paula Lucero.Aproximación teórica al concepto de pulsión - Fuensanta Morales Moya
Hablo a las paredes - J. Lacan
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