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Foto del escritorMarta Cuba

Resurrección de la carne y psicoanálisis

Los relatos evangélicos sobre la resurrección de Jesús nos presentan una visión plenamente material y corporal de la resurrección. El sepulcro vacío y algunos rasgos realistas de las apariciones (cuerpo palpable, llagas de la crucifixión, atravesar los muros o paredes, la idea de comer el cuerpo y beber la sangre de Cristo) pueden llevar a la idea de la vuelta a la vida de un cadáver. Los mismos rasgos que diferencian la vida del resucitado de la nuestra parecen ser simplemente de orden espacio-temporal: presentarse con las puertas cerradas, desaparecer de la vista, aparecerse bajo una forma u otra. ¿Qué sentido tiene esta sobre-vida más o menos fantasmal? ¿Se puede ver en ella el modelo de la salvación y el colmo de las aspiraciones del hombre? San Pablo decía: "si los muertos no resucitan entonces Cristo tampoco ha resucitado". ¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne? El Nuevo Testamento habla claramente de la resurrección de la carne, pero el cristianismo evolucionó en la historia más bien hacia la idea de inmortalidad del alma, en lo cual ha insistido particularmente su doctrina. Esta tendencia ha sido fruto de la influencia griega en la Iglesia y en la cultura occidental. Para Platón y la tradición pitagórica el cuerpo es la cárcel o la tumba del alma, por la muerte el alma se libera de esa cárcel, se despoja de ese vestido que le impide moverse con libertad. Es ésta una concepción dualista en la que cuerpo y alma pertenecen a dos mundos opuestos, se entiende por tanto que la resurrección de la carne no haya entrado fácilmente en su modo de pensar, pues sería como condenar al alma a cadena perpetua. Cuando Pablo lo anuncia por primera vez en el Areópago, sus oyentes se ríen de él.

Pero aunque el cristianismo haya evolucionado sobre todo hacia un espiritualismo y una ascética despreciadora del cuerpo que no favorecen nada la fe en la resurrección de la carne, no deja de ser curioso el enorme influjo que esta idea ha ejercido igualmente, aunque solo sea por su función de complementariedad dualista. En Pablo tenemos un punto esencial de encuentro e integración entre judaísmo y helenismo, en esta importancia de la resurrección de la carne sobre la inmortalidad del alma podemos ver un predominio de la herencia judía, herencia que a lo largo de los años se ha traducido en el valor que el judaísmo sigue dando a la tradición oral, entendida de forma complementaria a la tradición escrita. La tradición oral es precisamente la que hace pasar a los conocimientos librescos por el cuerpo, el lugar en donde se guardan estos conocimientos es en la carne, no en los libros. 

Esta forma de comprensión tan opuesta a la nuestra estuvo también en la doctrina de Cristo y en el cristianismo primitivo. Jesús, vencedor de la muerte, no abandona lo caduco de su existencia mortal. La debilidad de la carne mortal es asumida en la gloria del cuerpo resucitado. La realidad mortal y pecadora es transformada y purificada pero no por ello deja de existir, no es menos nuestra y menos real, no deja por ello de ser digna de respeto. La corporalidad de Jesús resucitado se prolonga en todos los cuerpos humanos, que deben ser respetados y cuidados, primero porque son imagen de Dios y después porque Dios ama la carne y, por eso, la resucita. De la fe en la resurrección de la carne se deduce el respeto que merecen los cuerpos de los demás, o sea, toda vida humana. En todas estas carnes está la carne de Cristo, la carne de Dios, por tanto es en el cuerpo en donde se descubre el halo de eternidad (Mt 25,31 ss). El cuerpo es el hombre entero, el conocimiento no puede ser separarlo de la experiencia, los grandes sabios de la Antigüedad no escribieron libros, porque su saber era un saber experiencial, basado en la corporalidad del momento presente, la tradición oral es el canal específico a través del cual este saber del cuerpo se guarda, en la actualidad vivimos un momento en el que este tipo de saber corporal se ha despreciado mayoritariamente, y solo los conocimientos librescos parecen ser dignos de certificación académica. Pero los saberes intelectuales o librescos no producen transformación en el ser, porque no son vivenciados. El conocimiento, al pasar por el cuerpo, se topa, inevitablemente con la sexualidad, o la libido, el gran motor energético del ser humano. Esta energía sexual está en estrecha relación con el conocimiento y la sabiduría, una afirmación que supuso un gran escándalo cuando Freud la expresó, hasta el punto de que habitualmente generan rechazo todas las tesis de Freud por considerar que en realidad para él todo era sexual. En el mundo moderno este tipo de afirmaciones, en efecto, resultaron un escándalo, probablemente por un puritanismo derivado de una mala canalización de la energía sexual. Resulta cuanto menos curioso que haya sido precisamente un judío de cultura cristiana quien haya reintegrado al saber la importancia del conocimiento integrado en el cuerpo y de la cura a través de la palabra. Pero sin embargo, el conocimiento acerca de la capacidad transformadora y sublimatoria de la energía sexual se encuentra en todas las tradiciones sagradas. La regeneración psico-física fue la manera de entender la medicina en el mundo antiguo, y es también la manera de entender la verdadera espiritualidad. Sin comprender la sexualidad no se puede acceder al conocimiento interior, al núcleo esotérico de la vida. Lo que diferencia los verdaderos caminos de transformación y los caminos tan típicos de la New Age y las tendencias espiritualistas más superficiales propias de la modernidad, es que éstas últimas te dicen que todo es luz. Un verdadero camino te enfrenta a la muerte, porque la otra cara del deseo es la muerte, el descenso a los infiernos no se puede esquivar. La posición deseante va en paralelo a la muerte, y la neurosis es una negación de esto.

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Descenso a los infiernos Andreï Rublev (?), 1408-1410

El iconógrafo ortodoxo, al revés que el pintor occidental, afirma que el modo en cómo se hizo la resurrección es de poca importancia. Por ello, lo importante es encontrar el sentido y la importancia de la resurrección. Este sentido es mejor ilustrado situando a Cristo en el momento en que regresa del descenso a los infiernos. Tras su muerte Cristo es enterrado y a través del sepulcro desciende al Hades para liberar a sus cautivos. Todo esto está significado en los iconos por el techo destrozado y las puertas rotas bajo los pies de Cristo victorioso sobre la muerte; por las cerraduras y clavos dispersos por el suelo; por la energía y fuerza con que Cristo saca a Adán y Eva de sus tumbas.

El ser que está de cara a la trascendencia es el que está en posición deseante, de cara a la vida, pero encontrar esta posición deseante supone atravesar una muerte, la muerte de la ilusión o la muerte de creer que existen formas no costosas (gratuitas) de pasar por esta existencia. Es una ilusión creer que uno puede evitar la castración, la falta, o el ser para la muerte.En la Antigüedad cualquier médico sabía que los soldados del ejército perdedor tenían más riesgo de enfermarse que los del ejército vencedor, eran médicos intuitivos, no necesitaban que ningún les confirmara lo que ya veían con su cuerpo. El médico era ése que penetraba en la habitación del paciente y que podía diagnosticar por el olor, conocía el proceso de lo sutil de la enfermedad, a través de todo su cuerpo, no sólo del intelecto. Estos médicos eran capaces de entender que lo que pasa en el cuerpo es inseparable de lo que pasa a nivel de su amor, de su odio, de sus esperanzas, de sus miedos. La objetividad no existe cuando el saber es intelectual y libresco, por el contrario el conocimiento se vuelve objetivo cuando es completo y no separado del cuerpo, cuando uno entiende a través del cuerpo no necesita de pruebas que lo reafirmen, a través del cuerpo se comprende todo lo que sucede a nuestro alrededor. Sin embargo, hoy vivimos precisamente en un mundo al revés, que pretende encontrar la objetividad en el lugar equivocado, creemos que un médico no nos presta la suficiente atención si no encarga una prueba cuantificable, medible y comprobable que certifique acerca de nuestra enfermedad.

La experiencia es el único vehículo válido para entender la naturaleza humana. Este saber de la experiencia ya existía en la cultura antigua, es un saber milenario que la modernidad rechazó, y que Freud redescubrió y re-introdujo en nuestra cultura occidental, Freud volvió a introducir una dimensión de lo humano que interroga el saber científico, lo reescribe en el seno de otro orden de lenguaje. Al separarlo de la religión y de las búsquedas espirituales de nuestro tiempo, en verdad las personas llegan al psicoanálisis no con el objetivo de ampliar su consciencia, sino que se arranca el proceso a partir de una demanda de alivio del sufrimiento, pues solo se puede avanzar en el proceso cuando del otro lado existe una demanda, una autorización para iniciar el proceso de descenso a los infiernos. Esta demanda de alivio del sufrimiento es probable que estuviera también en los procesos esotéricos de la antigüedad, aunque hoy nos haya llegado una versión más poética y simbólica de estos proceso. El camino de iniciación debe empezar por el dolor, así nos lo indican todos los mitos de la Antigüedad, pero las vías espirituales modernas tienden a querer evitar este paso. El concepto de " espiritual" es cuando alguien pretende saltar su dolor para adquirir ciertas prácticas iluminativas sin pasar por el sufrimiento, es decir, desarrollar poder sin pasar por la experiencia y por el comportamiento, son de hecho tendencias perversas, al igual que hacen los atajos a través de las sustancias psicodélicas o de las drogas. Pero cuando ese poder se conquista a través de la trascendencia descendente, la libido que estaba dispersa se reúne, se religa y por tanto se unifica, el camino hacia la unidad no se queda en el plano de las ideas, sino que se vivencia en el plano corporal, en el plano más completo del ser humano. Lo espiritual no es nada que no se traduzca en la experiencia. Freud descubre un método de ampliar la consciencia que parte de una demanda más verdadera, la cual permite el descenso a los infiernos. Cuando uno entra en análisis lo único que desea es salir del infierno, sin saber lo que le espera a la salida, el análisis dispara natural y espontáneamente otro orden de preguntas. Si bien Freud habla en términos psico-patológicos en el fondo está hablando de problemas existenciales, ante la imposibilidad de preguntarnos por nuestro ser, es necesario comenzar a preguntarnos por nuestra psique, para el psicoanálisis el deseo es un sinónimo de la potencia de existir, la potencia del ser, eso es lo que la neurosis inhibe. La potencia del ser es lo espiritual, que no debemos relegar al privilegio de unos cuantos místicos o iluminados, lo espiritual es la esencia del ser humano en la tierra, y pertenece por tanto a todo ser humano. Esta esencia es además un deber, una responsabilidad del ser humano dentro del orden cosmogónico. 

El psicoanálisis no es una ciencia porque no entra dentro de lo medible, predecible y calculable, por eso mismo es un saber más completo y verdadero. Freud comprendió este saber dentro de un contexto particular y específico que es nuestra cultura, no se puede olvidar la cultura en la que está inmerso el paciente para comprender la sanación, cuanta gente hoy día pretende buscar soluciones mágicas fuera de nuestro contexto cultural, como ejemplo aquellos que buscan a un chamán, extirpándolo de su contexto cultural para extraerle un conocimiento que tenía sentido dentro de una cultura particular, pero que ya no lo tiene una vez convertido en objeto de consumo. Pero el conocimiento acerca de la capacidad transformadora y sublimatoria de la energía sexual se encuentra en todas las tradiciones, se trata de un conocimiento que debe profundizarse, es decir, se debe acceder a él a través del conocimiento interior, es un trabajo más esotérico, más lento y más complejo, que si se confunde con la imposición exterior entonces da lugar al puritanismo y la corrupción sexual que tanto se extendió en la Iglesia Católica y en la moderna ideología trans. La enfermedad es un camino, porque ella trae una verdad escondida, por eso la cura no está para el que la necesita, está para el que la desea. El concepto de pulsión que expresó Freud es el punto de encuentro, fronterizo, entre el mundo de la mente y el mundo de la materia, es la forma freudiana de referir y hacer un puente entre el mundo del espíritu y el mundo de lo concreto, de la materia, entre lo psíquico y lo somático. La pulsión es la que tiene la capacidad de despertarnos, de ponernos  de cara a las verdades. De un polo la materia, y del otro la onda, pero es que la onda es lo que constituye también a la materia. Toda la materia se reduce a una fluctuación de energía e información. La división entre una y otra es un dualismo que necesita ser transcendido. Nuestra consciencia puede ir de esas sensaciones más groseras y densas de la materia a las sensaciones más sutiles y elevadas de la materia, en nuestros conflictos psíquicos se ejemplifican este fluir de la energía. Cuando uno llora o expresa las emociones, se descarga en cierta manera algo de esa densidad que es posible disolver. La cura a través de la palabra se produce cuando el nivel de raíz de la mente (el nivel sutil), que está todo el tiempo en contacto con sensaciones corporales, cuando en ese nivel, uno adquiere una posición de ecuanimidad en la cual no rechaza más lo que no le gusta y no se aferra más a lo que le gusta, porque hay dos formas de densificar lo que sentimos, la primera es aferrarnos al placer, y la otra es rechazar el dolor. Al aceptar parte del dolor, entonces el dolor físico va desapareciendo, esto es algo que se experimenta muy bien al hacer el Camino de Santiago, que no deja de ser una práctica de meditación, también el yoga es un método de transcendencia de lo grosero a lo sutil, el conocimiento heredado de la antigüedad ha encontrado diferentes vías para trascender estos caminos de lo denso a lo sutil.

Lo que produce la curación es el estado de equilibrio o neutralidad interno, en el nivel más sutil de la mente, uno llega a un punto en el que es capaz de soltar esa reacción ciega que se desataba de manera automática ante los conflictos. Esa reacción era una manera de aferrarse al placer o una manera de rechazar el dolor que impide que la ley de la impermanencia siga su curso, la ley de la fluctuación entre la vida y la muerte. Para llegar a ese punto sutil de la mente es necesario calmar el intelecto, no se puede llegar desde el estrés, hay que calmar la mente. El proceso emocional se coagula en el plano inconsciente porque hay temas muy difíciles de roer que congelan nuestras emociones y conducen nuestra manera de reaccionar a un bucle que se repite constantemente. Para soltar esa reacción es necesario abrirse paso hacia el punto sutil de la mente, un punto para el cual toda la estructura de nuestra cultura impone numerosos obstáculos e impedimentos que tratan de evitar una comprensión menos dualista y más ecuánime de la realidad. Hay pocos espacios, en nuestra cultura, en donde se pueda hablar de verdad, el falso , y por tanto las posiciones subjetivas inauténticas dominan por completo nuestra sociedad. Hablar de verdad requiere todo un proceso de puesta en paréntesis de la realidad. Es necesario salir del adormecimiento de la realidad cotidiana para poder entrar en otro registro que requiere tiempo, escucha, confianza, intimidad, respeto, en esencia requiere un espacio amoroso. Cuanto más atrincherado está alguien en esa posición de falso es que más doloroso resulta digerirlo de otra manera, de lo contrario no tendría que recurrir a esa posición. El combate del héroe es una lucha por enfrentar esa opacidad de uno mismo, es el deseo por encontrar más transparencia en uno mismo. Freud siempre mantuvo una posición muy crítica con las religiones, porque criticó el efecto coercitivo, punitivo y de masas que en efecto la institución religiosa provocaba en las personas especialmente en su época, esa función punitiva y de control sigue siendo ejercida por las instituciones hoy en día no religiosas, pero que siguen funcionando, de facto, como una religión. No era fácil atacar los tabúes sexuales y religiosos de aquellos tiempos, y aún menos hacerlo desde una perspectiva atea como la de Freud. A este respecto le escribe a Stanley Hall, un colega estadounidense interesado en su teoría, lo siguiente: 

Lo más curioso de todo esto es que el mismo Freud, con su ateísmo inconmovible, no ponía reparos a la utilización de la técnica analítica por individuos pertenecientes a organizaciones religiosas. Oskar Pfister era un pastor protestante suizo que se había interesado en el psicoanálisis a través de sus contactos con otros psicoanalistas del movimiento liderado por Freud. Freud mantuvo con Oskar una correspondencia y amistad que duró toda la vida. En una carta fechada el 9 de febrero de 1909, el padre del psicoanálisis le escribe a Pfister:

Freud recalca muchas veces la importancia de hacer al enfermo autónomo, es decir el psicoanálisis es un procedimiento que apunta a la libertad, independientemente de las creencias de cada cual, y esto inevitablemente lo conecta con la espiritualidad. Freud comprendió que la enfermedad mental es la pérdida de libertad, el sufrimiento individual de cada persona nos habla siempre de un anhelo escondido de libertad, esa forma de sufrir siempre es particular, diferente y por ello el psicoanálisis presta oído a cada experiencia de sufrimiento que es única, como también cada anhelo de libertad es único, no tiene que ver con parámetros de lo normal y lo anormal. El estado corriente de neurosis propio de nuestro tiempo es un estado de inconsciencia, de ignorancia de sí. El analista establece un enlace con la parte del yo que desea la cura, frente a la parte del yo que prefiere el goce de la enfermedad, y que Freud denominó resistencia. La compulsión a la repetición es una fuerza que trabaja en contra de nosotros mismos, y que Freud termina atribuyendo a un proceso de muerte, la pulsión de vida trata de integrar y transcender esta tendencia.

Aunque Freud quiere mantenerse positivista y atado a los hechos clínicos, sin embargo, constata que esos hechos están atravesados por la interpretación de las cosas, comprendió que el sufrimiento humano está ligado a una manera de significar las cosas, el cual es ante todo, un proceso inconsciente. 

Lo espiritual es, en realidad, un orden de existencia, lo que cada uno percibe como realidad está determinado por los límites de la percepción, de la consciencia o de la realidad. Cuando hay cambios en la posición subjetiva se producen cambios en la realidad externa, pasan otras cosas, la repetición empieza a desarmarse.

En una carta a Oskar, 20 años después de la que hemos visto antes, Freud le dice:

Debemos hoy reconocer esta capacidad de Freud para haber comprendido que las funciones del sacerdote fueron suplantadas por las del médico, nuestra cultura actual rechaza a los sacerdotes pero idolatra a las médicos, algo cambió para que nada cambie en el fondo. Esta realidad llegó a su máxima expresión con la pandemia, donde pudimos comprobar como el poder de adoctrinamiento y control que antes ejercían los sacerdotes fue ejercido por los médicos y los medios de comunicación convertidos en portavoces de éstos.

Freud, al sacar al psicoanálisis del plano médico deja claro que ya no le interesa el diagnóstico ni clasificar todo lo que sucede, en verdad el diagnóstico correcto es el que se hace al final, no al principio, a Freud le interesa trabajar con el material vivo, pues el diagnóstico puede seguir completándose y transformándose, el éxito del trabajo está en la capacidad de evolucionar y avanzar en un proceso de "analizabilidad" del caso. El análisis conduce a habitar la propia potencia, la propia montaña, que siempre puede conducir a lugares más altos. También Freud en otra parte de sus cartas a Oskar nos dice que:

Nos recuerda que las palabras de Goethe "Si no lo sentís no lo podréis captar" siguen siendo válidas en el psicoanálisis, pues también comprendió que recordar sin afecto es del todo ineficaz, y en esto conecta de nuevo con la visión tradicionalista del conocimiento, la cual vincula el término recordar con el camino del corazón. El psicoanálisis no apunta solo a recordar, sino a vivir de nuevo, reproduciendo el recuerdo en el afecto, que es lo doloroso, lo traumático.


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