En los días de mucho calor, las noches son un verdadero paraíso donde poder respirar y dejarse envolver por la suave oscuridad. Salir a caminar, a observar cómo la gran luna que vemos estos días en los cielos es también ella observadora, un poco celosa, de la danza de Perseidas que transcurre en el extrarradio nocturno del cielo, es en realidad un camino de puertas abiertas hacia el asombro. No en vano la luna trata de afearles el espectáculo robándoles protagonismo a las Perseidas y de paso también un poco de luz al sol, para abrirnos paso entre las sombras de la noche. Pero es que Perseo, constelación que has de buscar en el cielo para orientar tu mirada y situarte en primera fila del espectáculo, es el caballero nacido de la lluvia de oro, él es el fruto del encuentro entre el espíritu y la materia, lo sutil y lo corpóreo; nadie como él sabe mejor de dónde vienen y a donde se dirigen estas lágrimas de agosto y de San Lorenzo que parecen caer sobre nuestras cabezas, para quien tenga el valor de dejarse tocar por ellas.
Noche de viernes 12 y madrugada de sábado 13, todo parece conducir hacia el ‘monte do Cristo’, tras un intento fracasado de acudir a una montaña más alta, el destino quiso traernos al lado de casa, para mostrarnos algo bien diferente de lo que yo pensaba encontrar. Podrían describirse como ángeles caídos del cielo, aunque para el común de los mortales, serían solo dos incautos más, acudiendo a la tenue llamada de las estrellas.
Allí nos dirigimos Pepe (otro de mis ángeles de la guarda en Doncos), Barri (su perro) y yo, a una mesa que él mismo construyó a partir de una antigua lápida sobre grandes troncos de castaño. Una gran extensión cubierta de retamas, que se abre a la luz del manto y majestuoso celeste, la mesa marca el punto de encuentro, de confluencia y de reunión. A ella acudimos los convocados, el primero en llegar, tumbado sobre la mesa y mirando al cielo, nos asusta tanto como nosotros a él, pues llegamos sin linternas, y lo que parecía que sería una bestia negra encaramada en la mesa era en realidad un hombre tumbado mirando al cielo. Grata sorpresa, sobre todo después de los fallidos intentos de convencer a otros incautos para acompañarnos. Él es Tomás y en lugar de física, le hubiera gustado estudiar astrofísica (en ésta, como en el resto de ciencias, los límites no están claros), algo en su interior lo empuja cada noche a este monte para observar los astros sin los cuales la física no existiría, porque la física sin astros no es nada, como tampoco lo es la tierra sin el cielo. Nos unimos a él, tumbándonos en el silencio del suelo, interrumpido de vez en cuando por una cálida conversación de miradas al cielo. El canto de los grillos y el gozo de Barri tratan de contagiarnos algo de su felicidad plena.
Contentos por haber pescado alguna que otra fugaz y sutil estrella, aparece después de un rato el cuarto convocado. Carmelo, amante de los pájaros y cargado con un telescopio que suele usar para observarlos, llega dispuesto a descubrir si ese planeta que tanto brilla en el cielo es (como nosotros creímos) Venus o es en realidad Júpiter. Después de montar rápidamente el instrumento de la magia, se dispone a apuntar, en prioridad de cercanía, a la luna primero (no vaya a ser que se moleste) y después directamente a Venus, que resulta ser finalmente Júpiter, lo reconocemos por sus cuatro lunas (visibles para nosotros, aunque sabemos que tiene más). De los llamados planetas exteriores o gigantes gaseosos, Júpiter es el que está más cerca del Sol, por eso y por su enorme tamaño es que lo podemos ver como uno de los más brillantes en el cielo. El siguiente objetivo será ese otro puntito pequeño que se ve a lo lejos, cerca de la luna y que no produce destellos como el resto de estrellas.
Es así como, siguiendo el rastro de las Perseidas, me encontré con la maravillosa imagen de los anillos de Saturno, grabada ya a fuego para siempre en mis pupilas. El padre de todos los mitos, gran mago de la oscuridad, sol negro, resplandor púrpura. Algo me dice que siguen hablando, los oigo charlar sobre diferentes temas de actualidad, sin substancia. Temas vacíos, para así poder dejar espacio en la mente al infinito de Saturno.
Son muchas las mitologías ancestrales que nos hablan de Saturno como nuestro primer y anterior sol, ciclo previo de creación y destrucción, simiente de la nueva vida. Cuando no existía el día ni la noche, hubo un tiempo en el que la Tierra formaba un pequeño sistema en movimiento espiral junto con Venus y Marte, alrededor de Saturno. Tras un gran impacto entre Saturno y el Sol los tres planetas pasarían a formar parte del nuevo sistema regido por el nuevo Sol, nacimiento de la Edad Dorada. Se le solía representar con una hoz o guadaña, que usó como arma para castrar y destronar a su padre, Urano. En Atenas se celebraba el duodécimo día de cada mes una fiesta llamada Cronia en honor a Crono, para celebrar la cosecha, sugiriendo que, como resultado de su relación con la virtuosa Edad Dorada, seguía presidiendo las cosechas como patrón.
Es el dios original, Saturno para los romanos, Baal para los fenicios, Shamash para los acadios, Osiris para los egipcios, Cronos para los griegos, Él para los cananeos, Brahma en la India, Marduc para los babilonios…
Las saturnales se celebraban en el Imperio romano en honor al dios Saturno, durante el solsticio de invierno, coincidiendo con las fiestas de la embriaguez de Babilonia, rito de celebración del renacimiento del nuevo año, las casas se decoraban con vegetación, se encendían velas, y se permitía la subversión de los órdenes habituales, en un ambiente carnavalesco.
Como nos explica Raimon Arola en la revista de arte y simbolismo ARSGRAVIS:
En los prolegómenos del mito de sucesión, la santa mitología de los griegos narra un pasaje cruel e incomprensible en el que Saturno castra a su padre, Cielo, y que éste, a su vez, es castrado por su hijo, Júpiter, siendo su miembro reproductor arrojado a la tierra. En los libros alquímicos se explica el significado de este relato fantástico; es un modo de enseñar cómo se trasmite la semilla divina a la tierra de los hombres o, dicho de otro modo, cómo el espíritu de los mundos busca fijarse y condensarse en un lugar, el «lugar terrible» que Jacob conoció gracias a su experiencia iniciática.
La leyenda del rey egipcio Osiris se refiere al mismo misterio. El hermano de Osiris, Tifón, cuyo corazón desbordaba envidia, decidió matar al rey para ocupar su lugar. Mediante un engaño lo encerró en un ataúd, es decir, dio medida a lo inconmensurable, encerrando al alma del mundo en las tinieblas de la muerte. Cuando Basilio Valentín titula a la serie de grabados que analizamos, «La operación del misterio filosófico», se refiere a dónde y cómo puede encontrarse la semilla del oro celeste, enterrada en la estrechez y angustia del mundo caído a fin de que resucite y pueda, a su vez, ayudar a sus hermanos.
«Cuando nació Osiris una luz gritó por toda la tierra: El Señor de todo sale a la luz. Y una mujer se llenó de inspiración divina y salió corriendo, gritando: Ha nacido el rey Osiris.» Versión de M. A. Murray de la leyenda de Isis y Osiris. En la Biblioteca de Cuentos Maravillosos de la editorial Olañeta.
El Saturno Mitológico se exiló en Roma, y el poeta Ovidio escribió en “Fasti” 1-235-238:
“(…) En esta tierra Saturno fue recibido, cuando fue expulsado por Júpiter del ámbito celestial; por esto el nombre del pueblo Saturnino, usada durante mucho tiempo por nuestra gente, y también esta tierra se llamó Latium, porque aquí el dios se escondió.”
Ciertamente, de acuerdo con la etimología Antigua la misma palabra Latium (moderno Lazio, de ahí Latin, etc.) viene de latere, “estar escondido”, y se refiere a Saturno.
Capítulo 28 del libro The Bright Side of Saturn, de Carlos Cardoso Aveline, traducción del teósofo Juan Pedro Bercial.
Saturno es el sexto planeta desde el Sol, su día – el ‘Saturn-day’ – o sábado, es el sexto día de la semana. Es un planeta único, no solo por sus anillos, también por un extraordinario hexágono en su polo norte que muta de color con el cambio de las estaciones y gira en sentido antihorario, una misteriosa perturbación atmosférica de 30.000 km. de longitud conocida desde 1981, pero que parece confluir con el significado que nuestros antepasados le dieron a este planeta. El hexágono es la figura geométrica que tiene 6 lados, 6 ángulos y 6 triángulos en su interior, por lo que se la asocia con el número de la Bestia, el 666. Las abejas (sagradas para los egipcios y presentes en simbología masónica) construyen celdas hexagonales en sus colmenas, geometría sagrada. Acaso todos los átomos del Universo no están conectados y es por eso que resonamos a través de los símbolos. También a Saturno se le representa como un cubo negro, pues la silueta de un cubo en perspectiva es un hexágono.
Hexágono ubicado en el polo norte de Saturno
En alquimia, el sol negro o sol de medianoche es visto como sinónimo de la nigredo, la primera de tres fases, previa al albedo y a la rubedo en la transmutación de la materia.
El cuerpo debe disolverse en el aire medio más sutil: el cuerpo también se disuelve por su propio calor y humedad; donde el alma, la naturaleza media, sostiene el principado en el color de la negrura, todo en el cristal: esa negrura de la naturaleza que los antiguos filósofos llamaban cabeza de cuervo o sol negro.
Marsilius Ficinus, “Liber de Arte Chemica”
Glifo alquímico, utilizado para representar el sol
Asociada a la putrefacción, involucra a la disolución de la materia prima, para la generación de otra superior (solve et coagula), como por ejemplo el oro. Saturno, en astrología es alquímicamente interpretado como el negro, incluso es conocido como el niger solis, y tiene doble naturaleza, como sustancia arcana, siendo negra por fuera y blanca por dentro. El sol negro es la energía potencial pura, el material preelemental en el que consiste el otro mundo, y del cual nuestro universo está hecho mediante el reflejo.
Sol invicto, viejo rey, sol negro, señor de los anillos.
Maestro de la concentración, Saturno tiene un papel importante que jugar en la escalera al cielo enseñada en los Misterios Mitraicos de la Roma Antigua. Se dice que esta escalera tiene siete peldaños. El primero se corresponde al “cielo de Saturno”, esto es, el espíritu de ese planeta. [6] En cualquier escalera sagrada, el primer paso hacia arriba preside sobre la transición entre el suelo inferior y el camino al cielo. El primer paso nos hace enfrentarnos a la línea divisoria entre las dimensiones materiales y divinas de la vida. Por lo tanto, astronómicamente, Saturno es el planeta de los anillos y establece el límite entre las secciones “domésticas” y “galácticas” de nuestro sistema solar.
Mitológicamente, este planeta-espíritu también se corresponde con el dios Judeo-Cristiano Jehová. Cronos/Saturno, el severo Dios en el Paraíso de la Edad Dorada, intenta preservar la vida espiritual impidiendo al ego personal separarse prematuramente, al final de las primeras razas. “Devora” a sus hijos (esto es, egos personales) hacia una unidad no diferenciada, hasta que llegue el momento apropiado para seguir adelante. Cuando la separación/diferenciación vence finalmente, hay una severa y solemne advertencia por parte del Señor saturniano, que expulsa a Adán (la tercera raza-raíz) del Jardín y lo envía para el mundo difícil de la vida dualista (Génesis, 3).
Capítulo 28 del libro The Bright Side of Saturn, de Carlos Cardoso Aveline, traducción del teósofo Juan Pedro Bercial.
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